Esta publicación es continuación de la Ilustración popular económica, nacida para combatir desde el carlismo la Revolución de 1868 (La Gloriosa). Como la anterior, sigue editándose en Valencia cada diez días aunque ha cambiado de propietario, que ahora es José María Settier Gimeno, quien es también su director. Lo que no ha cambiado es su línea editorial, pues mantiene en plena Restauración borbónica su defensa a ultranza del catolicismo pese a la posición más conciliadora con el liberalismo que irá adoptando el nuevo Papa León XIII.
En el prospecto de su primer número, de 1 de enero de 1880, ya anuncia sus intenciones: “La Ilustración popular ha trabajado pues, sin tregua ni descanso, para sostener los derechos de la Religión Católica y de todos los católicos sin calificativos, con el Vicario de Cristo a su cabeza. Combatiendo a esos católico-revolucionarios o católico-liberales, como ellos se titulan, pero que llámense como se quiera no son más que enemigos embozados del Catolicismo y de toda religión”.
En estos años la lucha dentro de la prensa católica es encarnizada y no cesará ni con la derrota del carlismo en el campo de batalla. La Constitución de 1876, aunque consagraba el catolicismo como religión del Estado, amparaba la libertad de cultos y es la mecha que enciende esta división.
Con 16 páginas por número a dos columnas, la publicación dedica amplio espacio a recoger las declaraciones, cartas y encíclicas papales, así como las declaraciones de los obispos españoles, y a informar de las vicisitudes de la Iglesia católica en el mundo. También dedica una sección a la poesía y otra a leyendas y tradiciones, ambas con una orientación religiosa y moral, así como una sección a las Ciencias, Artes e Industria. Buena parte de sus colaboradores eran sacerdotes.
En el número de 1 de febrero de 1880, tras dar cuenta de la constitución de una asociación espiritual que se está extendiendo por toda España y cuyo objeto es conseguir la conversión de los francmasones (muchos políticos del momento lo eran), se publica un artículo bajo el epígrafe ‘Historia Clínica de la Clerofobia’ en la que se describe el anticlericalismo como una enfermedad epidémica importada de Francia en el siglo XVIII y aclimatada en España por los afrancesados que apadrinaron la Constitución de 1812.
La publicación informaba también ampliamente de los robos y sacrilegios que se producían en las parroquias y centros religiosos de España. Así, en una sección titulada ‘Variedades’, bajo el título de ‘Civilización moderna’, señala en su número de 20 de marzo de 1880: “continúa progresando el plan de robo de todas las iglesias de España; su marcha magestuosa no bastan a estorbarla ni el poder de la guardia civil, ni la policía, ni los municipales ni ninguno de los remedios que la nueva ilustración tiene para moralizar a la sociedad”.
El último número que conserva la BNE es de diciembre de 1882. Era presidente del Gobierno entonces el liberal Sagasta, destacado miembro de la Masonería en ese momento, por lo que es previsible que no le fuera muy bien a la revista, al menos, en el mundo oficial.
[Descripción publicada el 14/6/2018]