Las Vísperas Sicilianas: una revuelta que cambió el destino de la isla y del Mediterráneo

marzo 30, 2023
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La posición estratégica de Sicilia en el centro del mar Mediterráneo y su potencial económico la convirtieron en un objeto codiciado por las potencias de la zona desde la Antigüedad. La isla fue ocupada sucesivamente por griegos, cartagineses, romanos, bizantinos y árabes. A principios del primer milenio, estos últimos fueron derrotados por grupos de aventureros procedentes de Normandía, quienes establecieron en la isla un reino que comprendía también el sur de la península italiana.

Tras más de un siglo de dominación normanda, el reino de Sicilia pasó por derechos de sucesión a la casa de Hohenstaufen, cuyo heredero, Federico II, era además el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Su largo reinado estuvo marcado por el antagonismo con la Santa Sede, que a su vez se enmarcaba en el complejo enfrentamiento entre güelfos y gibelinos, facciones encabezadas respectivamente por el papa y el emperador.

Federico II fue un soberano poderoso, y los sucesivos pontífices, aparte de excomulgarlo, poco pudieron hacer contra él. A la muerte del emperador, en 1250, el papa vio la oportunidad de atajar su rivalidad con los Hohenstaufen librándose de ellos y colocando en el trono de Sicilia a un príncipe que le fuera favorable. Como había sido Roma la que había otorgado Sicilia a los invasores normandos en el siglo XI, el pontífice consideraba que el rey de Sicilia era vasallo suyo y que podía disponer del reino a su antojo.

Propuso la Corona siciliana al hermano del rey de Inglaterra, pero no hubo acuerdo en las condiciones. Lo aceptó, en cambio, Carlos de Anjou, hermano de Luis IX de Francia. Su ambición sin límites vio en Sicilia una magnífica cabeza de puente para su gran proyecto: la conquista del Imperio bizantino. En 1266 fue coronado rey de Sicilia.

Sin embargo, ceñir la Corona y contar con el beneplácito del papa no equivalía a poseer el reino. Pese a todo, el territorio seguía en manos de los Hohenstaufen. Carlos de Anjou tendría que conquistar Sicilia por la fuerza, y para ello se dirigió al sur de Italia armado con un poderoso ejército. Tras un rápido avance, derrotó a los sicilianos en la batalla de Benevento, en la que murió Manfredo, hijo de Federico II y rey de Sicilia. Poco después, la resistencia siciliana, organizada en torno al nieto de Federico II, Conradino, y con el apoyo de grupos de gibelinos italianos, efectuó un último intento de recuperar el poder. Carlos los venció, capturó a Conradino y lo hizo decapitar. El francés se convertía en dueño incontestado del sur de Italia y de Sicilia.

Los sicilianos estaban acostumbrados a ser gobernados por extranjeros, pero la llegada de los franceses les resultó especialmente irritante.

Los franceses impusieron un régimen opresor y una elevada presión fiscal en Sicilia. Además, llenaron la isla de funcionarios y soldados que trataban a la población y la nobleza con desprecio, ofendiendo continuamente su honor.

Los principales notables sicilianos partidarios de los Hohenstaufen se refugiaron en la corte de Jaime I de Aragón, convirtiendo Barcelona en un centro político gibelino. Entre ellos se encontraban Roger de Llúria y Juan de Prócida. Los aragoneses y angevinos mantenían una larga rivalidad.

Además, algunos años antes, el infante Pedro, heredero del rey aragonés, había contraído matrimonio en Montpellier con Constanza de Hohenstaufen, hija del fallecido Manfredo y, por tanto, nieta de Federico II. Es muy probable que los exiliados sicilianos empezaran a conspirar junto con los aragoneses para recuperar el trono de Sicilia basándose en los derechos de Constanza.

En 1282, Carlos de Anjou se preparaba en Nápoles para liderar una cruzada contra el Imperio bizantino y tomar Constantinopla. Pero un suceso inesperado le obligó a cambiar de planes: el 30 de marzo estalló en Palermo una gran insurrección contra los franceses.

Según la versión tradicional, los fieles esperaban en una plaza junto a la iglesia del Espíritu Santo de Palermo para asistir a los oficios vespertinos del lunes de Pascua cuando llegaron unos franceses borrachos. Uno de ellos empezó a molestar a una joven casada y su marido, furioso, lo apuñaló. Los demás franceses acudieron a socorrerle y vengarle, pero los palermitanos les rodearon y les dieron muerte justo en el momento en que las campanas de la iglesia y las de toda la ciudad empezaban a tocar.

Otra versión, menos sugerente pero más probable, sostiene que el levantamiento estaba planificado y que los organizadores habían dispuesto que la señal para desencadenarlo sería el tañer de las campanas de vísperas.

Iniciada la rebelión, se produjo una explosión de ira popular que dio salida al odio acumulado. Los palermitanos masacraron a los más de 2.000 franceses de la ciudad, incluyendo a ancianos, mujeres y niños. En los días siguientes, el levantamiento se extendió por toda la isla.

Conquistada su independencia, los sicilianos quisieron darse un gobierno republicano, estableciendo comunas o ciudades libres, inspiradas en el modelo de la Italia central y septentrional. Sin embargo, dada su indefensión, estas comunas no podrían sobrevivir por sí solas. Primero se solicitó la tutela del papa. Pero Martín IV, de origen francés, rechazó tomar bajo su protección a la Sicilia que había expulsado al rey Carlos.

Los principales notables sicilianos partidarios de los Hohenstaufen, entre ellos Roger de Llúria y Juan de Prócida, se refugiaron en la corte de Jaime I de Aragón, convirtiendo Barcelona en un centro político gibelino. No era casual: aragoneses y angevinos mantenían una larga rivalidad.

Además, algunos años atrás el infante Pedro, heredero del rey aragonés, había contraído matrimonio en Montpellier con Constanza de Hohenstaufen, hija del fallecido Manfredo y, por tanto, nieta de Federico II. Es muy probable que los exiliados sicilianos empezaran enseguida a conspirar junto con los aragoneses para recuperar el trono de Sicilia basándose en los derechos de Constanza.

Contra el francés En 1282, Carlos de Anjou se preparaba en Nápoles para liderar una cruzada contra el Imperio bizantino y tomar Constantinopla. Pero un suceso inesperado le obligó a cambiar de planes: el 30 de marzo estallaba en Palermo una gran insurrección contra los franceses.

Según la versión tradicional, los fieles esperaban en una plaza junto a la iglesia del Espíritu Santo de Palermo para asistir a los oficios vespertinos del lunes de Pascua cuando llegaron unos franceses borrachos. Uno de ellos empezó a molestar a una joven casada y su marido, furioso, lo apuñaló. Los demás franceses acudieron a socorrerle y vengarle, pero los palermitanos les rodearon y les dieron muerte justo en el momento en que las campanas de la iglesia y las de toda la ciudad empezaban a tocar.

Otra versión, menos sugerente pero más probable, sostiene que el levantamiento estaba planificado y que los organizadores habían dispuesto que la señal para desencadenarlo sería el tañer de las campanas de vísperas.

Iniciada la rebelión, se produjo una explosión de ira popular que dio salida al odio acumulado. Los palermitanos masacraron a los más de 2.000 franceses de la ciudad, incluyendo a ancianos, mujeres y niños. En los días siguientes el levantamiento se extendió por toda la isla.

Sicilia llama a Pedro Conquistada su independencia, los sicilianos quisieron darse un gobierno republicano, estableciendo comunas, o ciudades libres, inspiradas en el modelo de la Italia central y septentrional. Sin embargo, dada su indefensión, estas comunas no podrían sobrevivir por sí solas. Primero se solicitó la tutela del papa. Pero Martín IV, de origen francés, rechazó tomar bajo su protección a la Sicilia que había expulsado al rey Carlos.

Los sicilianos decidieron entonces ofrecer la Corona a Pedro de Aragón (convertido ya en Pedro III) y a su mujer, Constanza. La solución fue apoyada por los barones y aceptada por todas las clases sociales. Pedro accedió encantado: la posesión de Sicilia representaba un paso de gigante en la expansión de la Corona de Aragón por el Mediterráneo.

En aquel momento los aragoneses se disponían a invadir Túnez, pero pusieron rumbo a Sicilia. Pedro y Constanza fueron acogidos en Palermo con entusiasmo. El rey aragonés envió una embajada a Carlos de Anjou instándole a reconocerle como rey de Sicilia. El angevino se negó y se retiró al sur de Italia, desde donde intentaría recuperar la isla.

El papa, partidario incondicional de Carlos, excomulgó a Pedro III. No solo le instaba a devolver Sicilia, sino que pretendió desposeerlo de su reino de Aragón, entregándolo a Carlos de Valois, segundo hijo de Felipe III de Francia y sobrino-nieto de Carlos de Anjou. Martín IV declaró que la guerra tenía carácter de cruzada. Un poderoso ejército francés emprendió la invasión de Aragón.

Pedro III se encontraba en una difícil coyuntura, porque tenía serios problemas internos con la nobleza aragonesa. Salvó la situación la flota siciliano-aragonesa, al mando del almirante Roger de Llúria, que derrotó a la escuadra francesa de cobertura frente a la costa catalana y obligó a los franceses a retirarse.

La guerra de las Vísperas siguió adelante sin una ventaja clara para ninguna de las partes. Fue una contienda larga, costosa y complicada, que tuvo diversos escenarios además de Sicilia. En el transcurso del conflicto se dieron cambios sorprendentes en las alianzas, y llegaron a enfrentarse la Corona aragonesa y la siciliano-aragonesa.

La guerra concluyó con la firma de la Paz de Caltabellotta a principios del siglo XIV, que aprobó la separación de un reino insular (en manos de la casa de Aragón, pero como reino independiente) y otro continental (en adelante denominado Reino de Nápoles, que permanecería en manos angevinas).

Hacía casi dos decenios que habían desaparecido los protagonistas del conflicto. En un solo año, 1285, murieron Carlos de Anjou, Pedro III de Aragón, Felipe III de Francia y el papa Martín IV. El primero moría fracasado, sin haber podido recuperar Sicilia, con su hijo prisionero de los aragoneses y habiendo renunciado a la empresa de conquistar Bizancio. El segundo, en cambio, había ampliado considerablemente su esfera de influencia, haciendo de la Corona de Aragón una de las grandes potencias del Mediterráneo.

Tres teorías

Son muchos los aspectos de la revuelta que siguen sin aclararse. Pero la gran cuestión es si se trató de una insurrección popular aprovechada a posteriori por Pedro III de Aragón o si ocurrió lo contrario, si fue el aragonés quien la orquestó con ayuda de los exiliados sicilianos para facilitarse la conquista de la isla y su expansión por el Mediterráneo.

Muchos historiadores se inclinan por esta segunda posibilidad, aunque de ser cierta no se

descarta que Pedro III de Aragón hubiera aprovechado una situación de descontento en la isla para desencadenar la revuelta. Sin embargo, la realidad es que no hay pruebas concluyentes que respalden ninguna de las teorías.

Lo que sí es seguro es que la revuelta de las Vísperas Sicilianas tuvo importantes consecuencias históricas. En primer lugar, supuso la independencia de Sicilia respecto al reino angevino de Nápoles. Además, la Corona de Aragón, con la adquisición de Sicilia, consolidó su presencia en el Mediterráneo y se convirtió en una potencia marítima de primer orden. Por otro lado, el conflicto entre la Santa Sede y el Sacro Imperio Romano Germánico, personificado en la figura de Federico II, quedó zanjado con la desaparición de los Hohenstaufen y la victoria papal.

En definitiva, la revuelta de las Vísperas Sicilianas fue un acontecimiento fundamental en la historia de Sicilia y de Europa, que refleja las complejas relaciones políticas y económicas de la época, así como la lucha por el poder y la influencia en el Mediterráneo.

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