Será centro de atracción turística y de explicación del legado histórico y religioso del municipio
VALENCIA, 6 FEB. (AVAN).-El Ayuntamiento de Benigànim ha rehabilitado con la intención de abrir al público cuando pase la pandemia la casa donde vivió la Beata Inés de pequeña, una casona de finales del siglo XVI y principios del XVII.
Con esta intervención el Ayuntamiento tiene como principal objetivo transformar la casa en un centro de atracción turística y de explicación del patrimonio histórico y cultural del municipio, poniendo en valor parte del inmueble, hasta hoy prácticamente en desuso, donde la beata pasó parte de su infancia y adolescencia ejerciendo de criada.
Esta casa de propiedad municipal y elemento fundamental de la ya existente “Ruta de la Beata”, cuyo recorrido acoge aquellos lugares por donde transcurrió la vida de esta religiosa y que han perdurado a través de los años, albergará la recreación histórica de algunas estancias, sala de exposiciones y una retrospectiva de personajes ilustres que han trascendido dejando un importante legado religioso, cultural y artístico durante los siglos del XVII al XIX en Benigánim.
Será un reclamo turístico que, junto a la ya existente Casa Recuerdos de la Beata Inés, inaugurada en 2017 en el convento de las Agustinas descalzas de Benigànim, “convertirán a la localidad en un destino patrimonial atractivo para todos aquellos devotos de la Beata Inés y amantes de la historia, el arte y la cultura”, según han indicado desde el Ayuntamiento.
Conocida también como la casa Tudela, perteneció y vivió en ella el alcalde y juez ordinario del municipio Bartolomé Tudela, que acogió a una adolescente, Josefa Teresa Almiñana, futura beata Inés, junto con su hermana al quedar estas huérfanas de padre.
Esta casa fue, por tanto, el último hogar que habitó la Beata Inés (1625-1696) hasta que ingresó en el convento de las Agustinas Descalzas de Benigànim el 25 de octubre de 1643, a los 18 años.
La casa pasó a propiedad municipal en el año 1976 cedida por la familia Cuquerella que era la propietaria en ese momento. A partir de ahí ha sido utilizada como Casa de Cultura y alberga la biblioteca municipal y el Hogar del Jubilado. La mayor parte de la casa estaba en desuso y es la que ahora ha sido habilitada.
Testimonio de la infancia de la Beata Inés
El edificio fue testimonio de la infancia de la niña Inés y de episodios traumáticos como el que recoge la tradición de que un criado de la casa intentó abusar de la joven Inés,y que huyó por una pequeña ventana.
En el huerto, a espaldas de la casa, convertido hoy en parque municipal, se conserva el naranjo que la beata plantó del revés, que con más de 350 años está inscrito en el Catálogo de árboles monumentales de la Comunitat Valenciana.
Josefa Teresa Albiñana Gomar, que asumió como religiosa el nombre de Josefa María de Santa Inés, nació en Benigànim en 1625 y con 18 años ingresó en la orden de las Hermanas Agustinas Descalzas fundada por San Juan de Ribera. Hasta su muerte en 1696, con 70 años, permaneció en el monasterio de Benigànim realizando los oficios más humildes del convento y cuidando de las religiosas enfermas.
La beata Inés “fue una religiosa con una vida espiritual intensa, llena de revelaciones místicas, como el abrazo que recibe de Jesús, quien libera sus manos de los clavos del crucifijo frente al que oraba la religiosa o el naranjo que creció habiéndolo plantado al revés”, ha indicado el director del Archivo de Religiosidad Popular, Andrés de Sales Ferri.
Josefa María Albiñana Beata Josefa María de Santa Inés
En el siglo se llamó Josefa María Albiñana, y nació el 9 de febrero de 1625, en la localidad valenciana de Benigànim. Sus padres, Lluís Albiñana y Vicenta Gomar, eran una familia muy modesta y vivían en una casa muy pobre de la calle de San Miguel. Fue bautizada el mismo día que nació, según costumbre de la época, por el vicario Vicent Mora en la misma parroquia de San Miguel, y fue confirmada el 24 de febrero de 1633, a los ocho años de edad, también
según se hacía entonces. Poco después, recibía la primera comunión.
Quedó pronto huérfana, pues murieron ambos padres, y se hizo cargo su tío don Bartolomé Tudela, baile de la población, quien la tenía como criada en su casa. Trabajaba a menudo en el huerto de la casa, dedicada al cultivo de flores y frutas, y en estos trabajos se dice que se le aparecía el Niño Jesús y conversaba familiarmente con él. También trabajó intensamente como lavandera. Una anécdota dice que se propuso plantar un naranjo y, como era una
muchacha inculta y sin formación, lo hizo al revés, poniendo las raíces hacia arriba. Eso causó gran carcajada entre los entendidos del lugar, pero quedaron estupefactos cuando, al tiempo, el naranjo floreció por sus raíces. Este naranjo aún puede admirarse hoy en día.
Su tío era un hombre de carácter colérico y la maltrataba continuamente, tanto de palabra como de obra. Además, otro joven criado se prendó de ella y la acosaba a todas horas con tal de poder tener relaciones sexuales, a lo cual Josefa se negaba rotundamente. Desquiciado, este muchacho llegó a hacerse con un arcabuz y disparar contra ella, en un momento en que la joven se había escabullido de él y corría escaleras arriba. Por suerte, los proyectiles impactaron en la pared sin herirla –aún pueden contemplarse estas marcas en la casa del baile-. La tradición dice que huía tan aterrada ante la posible violación, que saltó por la ventana hacia la casa de al lado, pasando por una ranura tan estrecha que parecía milagro que hubiese pasado por ahí.
Esta experiencia tan dura que vivió en la casa de su tío la hizo madurar como persona, y tomó la decisión de ingresar como religiosa en el convento de agustinas recoletas de Benigànim, haciéndose servir de la influencia de su tío, pues los Tudela habían sido fundadores y benefactores del monasterio. Tenía 18 años cuando ingresó en el convento tomando como nombre Josefa María de Santa Inés [1], profesando solemnemente el 27 de agosto de 1641.
Cuando entró, lo hizo como hermana lega, pues era una joven prácticamente analfabeta, como habíamos dicho; y posteriormente, por deseo del arzobispo de Valencia, pasó a ser monja de coro. Eso creaba dudas entre las hermanas, ¿cómo iba a estar entre las monjas coristas, tan doctas, aquella monja que no sabía leer ni escribir? Sin embargo, aprendió a leer un poco estando de corista y cantaba con fluidez los salmos del Oficio de las Horas, con la vista
prendida en un Ecce Homo que tenían en el coro y que hoy se puede ver en el salón de recuerdos de la Beata.
Era sorprendente que con tan escasa formación pudiese leer y cantar con tanta fluidez. Su confesor decía de ella que “tratada en cosas tocantes a lo del mundo, parecía no tener uso de razón ni discurso; pero que en punto de virtud y perfección discurría como un Santo Tomás y aconsejaba como un San Pablo.” Esta gracia de la cual ella disfrutaba, que le permitía disertar como una letrada a pesar de no tener formación ni talento para ello, se conoce como “don de la ciencia infusa”: es decir, el conocimiento que se recibe directamente de Dios, sin aprendizaje humano.[2] Ella, que era inculta de formación e ignorante de saberes mundanos, era visitada por personas de elevados cargos, que le pedían consejo sobre tareas complejas de la vida y del gobierno.
Además de esta gracia tan particular, se distinguió por otras virtudes: practicó una obediencia absoluta, por lo que las hermanas de la comunidad y cuantos visitaban el convento, la tenían como espejo de perfección. Con admirable fuerza de ánimo soportó algunos sufrimientos físicos, como por ejemplo, quedar muda durante tres años y sufrió, como otras místicas, la llamada “aridez espiritual”, aunque ella lo sobrellevaba infligiéndose aun más mortificaciones y
flagelaciones. Dios también la premió con numerosos éxtasis – se dice que fue encontrada muchas veces levitando, esto es, suspendida en el aire sin tocar con los pies en el suelo- y con poderes taumatúrgicos. A pesar de tantos dones, siempre mantuvo su sencillez de espíritu y ofrecía constantemente sus penas y sacrificios por los ministros de la Iglesia y por la conversión de los pecadores.
Murió el 21 de enero de 1626, festividad de su santa protectora, a los 71 años de edad y 56 de vida religiosa; y con fama de santidad. Su causa de beatificación se inició el 21 de mayo de 1754 y el decreto que confirmó sus dos milagros fue publicado el día 21 de febrero de 1886. El
21 de noviembre de ese mismo año, el Papa León XIII, decidió que fuese beatificada, lo que se hizo el día 26 de febrero de 1888, segundo domingo de Cuaresma. Estuvo sepultada en su convento, pero cuando se hizo el reconocimiento de los restos para su beatificación, éste apareció completamente incorrupto, por lo que se instaló en una urna en la iglesia del convento, para que así pudiese ser venerada.
Desgraciadamente, con el estallido de la Guerra Civil Española (1936-1939), el convento fue saqueado e incendiado, y el cuerpo de la Beata desapareció. Se cree que algún vecino de Benigànim, temiendo su destrucción, lo hizo esconder antes del saqueo. Pero todavía no ha podido ser localizado. ¿Es posible que quien escondiera a la Beata muriese en el conflicto, y por tanto, se llevase su secreto a la tumba? Podría ser, porque no se tiene constancia ni
conocimiento de que el cuerpo fuese profanado o destruido, y habitualmente se tiene constancia cuando ocurren este tipo de hechos. Hasta hoy, la teoría más plausible es que en efecto, alguien ocultó el cadáver de la Beata para salvarlo de la profanación, pero no se sabe dónde está. Sin embargo, se conservan algunos fragmentos de reliquias, extraídos anteriormente del cuerpo, que se veneran insertados en una imagen yacente, sustitución del cadáver ausente, insertada en la capilla elevada donde se la había venerado antes. Los actos de desagravio y bendición de la imagen yacente se realizaron en 1944. Desde entonces, el paradero del cuerpo incorrupto sigue siendo un misterio.
Webgrafía:
– http://beni-ganim.galeon.com/labeata.htm
[1] Santa Inés era la titular del convento junto a la Purísima, de modo que no es de extrañar
que la Beata tomara a esta mártir romana como protectora personal; siendo además, una
Santa modelo de pureza y castidad, virtud con la que Josefa siempre se identificó y luchó en
su adolescencia por mantener.
[2] Debido a su ciencia infusa, aún hoy aparece representada como una monja anciana,
sentada en su banco del coro, con un ángel que la asiste y le transmite el saber divino.
[3] “Beata Inés, donde te llamen, ve.”