14 de enero de 1812. Al frente de unos 35.000 soldados franceses, el mariscal Louis Gabriel Suchet entra victorioso por el puente de San José en la ciudad de Valencia, cuatro días después de su capitulación. Había resistido la capital del Turia hasta tres asedios desde 1808. Comenzaba una ocupación de más de año y medio que no dejó sangre martirial en tierras valencianas, pero sí un reguero de expolios selectivos del patrimonio artístico de nuestras iglesias y conventos. Poco antes de la entrada de Suchet, el Cabildo de la catedral de Valencia, conocida la suerte que habían corrido tesoros artísticos en otras ciudades, ya había decidido desmontar el formidable retablo en plata del altar mayor, para embarcarlo hacia Mallorca y guardarlo hasta que acabara la inminente dominación napoleónica. No imaginaban los canónigos el negro destino de aquella obra maestra.
Se trataba de uno de los mejores retablos de toda Europa. Contratado en 1470 y finalizado en 1507, habían trabajado en su elaboración los mejores orfebres de Valencia: Francisco Cetina, Juan Nadal y Jaime Castellnou; y otros venidos de Italia, como Bernardo Tadeo Piero da Ponte, procedente de Pisa. Aquel retablo de plata, de casi 6 metros de alto por cuatro y medio de ancho, fue cuidadosamente desmontado, embalado en 58 cajas junto con toda la plata de la Seo y transportado por barco a Mallorca. Sin embargo, fue confiscado el 26 de febrero de 1812 por decisión de la Junta Española para convertirlo en moneda para el erario público y sufragar la guerra. De nada sirvió que canónigos y nobles valencianos que también se habían refugiado en Mallorca ofrecieran entregar el dinero del retablo en valor legal.
El expolio artístico: las obras que se llevaron las tropas napoleónicas
De Madrid y alrededores se sacaron más de 1500 cuadros y de Sevilla unos 1000; algunas ciudades fueron más afortunadas, como Valencia, donde apenas desaparecieron cuadros. 300 de esos cuadros —si bien, no de los mejores— y el Tesoro del Delfín fueron enviados a París en mayo de 1813. Con tal cantidad de cuadros, la corrupción mencionada llegaba hasta lo más alto: José Bonaparte empleaba la enorme cantidad de arte acumulado como premios para sus fieles. Sobre todo los generales activos en la península ibérica, entre ellos d’Armagnac, Caulaincourt, Eblé, Faviers, Sebastiani y Desolles, recibían regalos en forma de cuadros. También Godoy usó de esos cuadros para decorar sus residencias y regalar cuadros a generales y a aduladores.
La toma de la ciudad de Valencia por las tropas napoleónicas, supuso la pérdida o desaparición del gran retablo de plata del altar mayor de la Catedral de Valencia, y la destrucción o saqueo de 2.500 casas, iglesias y conventos, según un trabajo que publica en la edición impresa 1.171 el periódico diocesano PARAULA.
El 14 de enero de 1812 el mariscal francés Louis Suchet, cinco días después de la capitulación del general Joaquín Blake, que estaba al mando de las tropas españolas en Valencia, entraba por el puente de San José en la ciudad que había resistido hasta tres asedios de los ejércitos napoleónicos desde 1808. undefined undefined
Poco antes de la entrada de Suchet, el cabildo de la Catedral de Valencia, «conocida la suerte que habían corrido tesoros artísticos en otras ciudades», había desmontado el gran retablo en plata de más de 6 metros de altura del altar mayor, para embarcarlo hacia Mallorca y guardarlo hasta que acabara la inminente dominación napoleónica. «Se trataba de uno de los mejores retablos de toda Europa, en el que durante tres décadas, hasta su finalización en 1507, habían trabajado los mejores orfebres de Valencia y otros venidos de Italia», asegura el periódico. undefined undefined
El retablo fue cuidadosamente desmontado, embalado en 58 cajas junto con toda la plata de la Seo y transportado por barco a Mallorca. Sin embargo, fue confiscado el 26 de febrero de 1812 por decisión de la Junta Española para convertirlo en moneda para el erario público y sufragar los gastos de la guerra. undefined undefined
Entretanto, los bombardeos franceses previos a la toma de la ciudad habían impactado en las sedes de la Universidad y del Palacio Arzobispal destruyendo sus respectivas bibliotecas. En el caso del Palacio Arzobispal, que contaba con 30.000 volúmenes, además fueron saqueadas las colecciones arqueológicas y numismáticas y llevadas en su mayoría a París, según Jaime Sancho, presidente de la comisión diocesana de Patrimonio Histórico-Artístico. undefined undefined
En el caso de las iglesias regidas en Valencia por el clero diocesano, las tropas francesas permitieron que siguieran abiertas al culto a cambio de la entrega de los objetos de oro y plata que luego eran fundidos también para acuñar moneda con que pagar a la tropa. undefined undefined
En el Real Colegio Seminario «Corpus Christi», conocido como «El Patriarca», requisaron cálices, copones y joyas del propio san Juan de Ribera, el fundador del centro, entre otras su anillo episcopal, su cruz pectoral y la urna antropomorfa de plata de su sepulcro, hoy repuesta por una de madera, según explica en PARAULA Daniel Benito, director del Museo de ‘El Patriarca’.
Los invasores permitieron también que se hiciera un molde de la custodia procesional de plata, antes de que pasara a engrosar su botín de guerra. De ese molde se realizó la custodia de bronce que actualmente se emplea.
Las órdenes y congregaciones religiosas fueron disueltas por las nuevas autoridades francesas, con excepción de las femeninas y las que atendían a enfermos. Las tropas napoleónicas «ocuparon sus conventos y los saquearon sin piedad», según PARAULA. En el caso de la iglesia de los Agustinos «fue utilizada como cuartel y, luego, incendiada», al igual que la capilla del convento de la Trinidad donde, cuando los franceses abandonaron la ciudad en 1813, los escombros «llegaban al tejado del edificio».
Una manifestación artística que sufrió especialmente fue la orfebrería. Custodias monumentales, cruces procesionales, arcas, etc. fueron robados, requisados y fundidos por uno y otro bando para transformar en lingotes o monedas sus metales preciosos (Así pasó con el antiguo Retablo Mayor en plata de la Catedral de Valencia, fundido en Mallorca en 1812).
No solo fue el lucro lo que animó a la destrucción, sino también la incultura y el desprecio por todo lo que fuera del enemigo. Se dio el caso que los soldados del general Lejeune, acampados en los alrededores de Zaragoza, hicieron improvisadas tiendas de campaña para protegerse de la lluvia y el frío con los lienzos de las iglesias y conventos que habían saqueado. En otros casos fueron puertas, vigas y toda clase de objetos de madera, incluidas las estatuas, las que fueron utilizadas para hacer fuegos con los que calentarse.
Los franceses usaron como guía el «Diccionario histórico de las Bellas Artes en España» de Ceán Bermudez, un coleccionista y crítico de arte de reconocida y sobrada reputación en aquel tiempo. Esta guía que orientó a los saqueadores, sería publicada en el año 1800 y vendría a ser la puntilla de aquel tamaño despropósito; pues aquel erudito sin pretenderlo, había puesto en manos de aquella gentuza las claves para finiquitar el más grande expolio de la historia hasta la II Guerra Mundial.
Derrotado Napoleón, los vencedores obligarían a Francia a devolver lo expoliado. En el Louvre se inventariaron más de 5.000 obras de arte robadas (en toda Europa), de las cuales, el comisionado español para tal efecto, el general Álava, solo pudo recuperar poco más de 400 de ellas.
Este y otros tesoros procedentes de España se encontraban en Francia en 1940, durante el Gobierno títere de Vichy en la II Guerra Mundial. Varias obras procedentes del Louvre se habían trasladado al Museo Ingres de Montauban, para protegerlas de los bombardeos. Por entonces, Francisco Franco, se había hecho con el poder al terminar la Guerra Civil. Franco aprovechó el momento para reclamar parte de nuestro patrimonio robado, y en la lista, la primera obra de arte era la Inmaculada de Murillo arrebatada por el mariscal Soult. Para negociar con ventaja, Franco explotó la posibilidad de que España apoyara en la Guerra a la Alemania nazi. Con esta premisa, el gobierno francés cedió la venta de tan preciado cuadro de Murillo.
Y aunque la Inmaculada de Murillo fue lo primero que se negoció. Al final, acabaron vendiendo también la Dama de Elche, las coronas visigodas del tesoro de Guarrazar y el Archivo de Simancas. Todo, a cambio del tapiz de Goya, La riña, y dos cuadros: el retrato de Antonio de Covarrubias, de El Greco; y el de Mariana de Austria, de Velázquez. Este intercambio «desigual» no sentó bien en el Louvre, que no volvió a retomar las relaciones institucionales con España hasta 1965.
Mención aparte seria todo el patrimonio arquitectónico que los franceses destruyeron considerablemente o directamente lo hicieron volar por los aires, durante la guerra de la independencia. Un patrimonio que ya jamás sería admirado por nadie. De esto hablaremos en profundidad en un futuro artículo.